26.10.09

Tintes de Melancolía- Soltería Anunciada IV


Ayer despertaron entrelazados entre las sábanas. Inhóspito paisaje desolador. El brillo del sol plasmaba la resolana del día sobre un fino hilo luminoso que atravesaba la ventana y acariciaba tu mejilla. Lentamente abriste los ojos y te encontraste con una total extraña en tu cama. Te sorprendiste a vos mismo, con un embrollo en la mente discutiendo con tu otro yo por qué un nudo atravesaba tu estómago. Tu masculina e instintiva mente actuó como tal; movió el cuerpo y lo dirigió a la cocina. Un buen desayuno desataría cualquier tipo de inconveniente que desencadenara en dolor estomacal –iluso hipócrita-. Un pan lactal recién sacado de la tostadora, la taza de café con leche más grande de la historia, mermelada de frutilla –no cambias más- y un pote familiar de dulce de leche. Recordaste que una mujer yacía dormida entre tus ropas de cama. Tu caballerosidad indicaba que unos mates en compañía no vendrían nada mal. Pusiste la pava, buscaste la yerba, y a los minutos tu perfecto mate amargo –con su ilustre montoncito- estaba listo para ser degustado.
Entraste a tu habitación y apoyaste las cosas sobre la mesita de luz, levantaste las persianas, una luz potente cegó tu mirada, pero a lo pocos segundos tu vista ya estaba clara. Era un día aparentemente despejado, miraste hacia el edificio de enfrente, y a pesar del mordiscón al pan tostado, tu estómago se achicó considerablemente y una sensación de vació abrumó tu perfecto cuerpo. Sacudiste tu pelo, como evadiendo pensamientos –cobarde-. Te volviste hacia la desnuda mujer que se desperezaba y esbozaba una dulce sonrisa en su rostro. Se incorporó y dijo algo, tu mente volaba, muy alejada de esa habitación asentiste con la cabeza, por inercia. Refregaste tus ojos y olvidaste la escena anterior. Te sentaste en la cama junto a ella para desayunar.
Luego de unas horas, se ducharon; pero por separado -para mi fortuna-. A la hora, aproximadamente, ella anunció que debía irse a trabajar, se despidieron muy melosamente, sin necesidad aparente.

Meditaste sentado en la mesa, girando entre tus dedos con habilidad una lapicera. Una voz interior gritaba, pero lograbas hacerla callar con tu fuerza de voluntad. Pero todo tiene su límite, un punto de quiebre. Levantaste tus huesos y los transportaste hace un cajón. Revolviste unos papeles y encontraste un sobre…

Escribiste sobre él mi nombre y dentro, colocaste una hoja. Sobre ella, un elaborado telegrama rezaba lo siguiente:

“Uno no entiende como el tiempo y los errores mediocres cambian el rumbo de nuestras vidas. De a poco, vamos comprendiendo donde está la rueda a la cual nos tenemos que afianzar con firmeza. Hoy tuve una revelación, me levanté extrañándote, con un vacío interior que me llenaba el pecho y el alma. Yo se que fui yo quien terminó las cosas; y no sé a qué quiero llegar con esto, solo fue un impulso. Perdón.”

Ahora con el sobre entre mis manos el camino se vuelve sinuoso, no sé si la flecha dio en el blanco o solo lo rozó. La incertidumbre domina mis extremidades y unas lágrimas borronean el perdón descripto en el papel; con la tinta que se corre, mis penas se fusionan y ahora, nuevamente, el desconsuelo me invade.

15.10.09

Tintes de la Infancia- Soltería Anunciada III


Una niñita de cabello castaño y bucles en las puntas caminó recto hacia un grupo de chicos de su misma edad. Los nenes la incluyeron en la ronda y pronto se fueron haciendo amigos. En especial, se hizo muy amiga de un chico con jardinero de jean y una remera roja que combinaba con su gorra y su negro cabello. Él era nuevo ese año, 2º grado. Por primera vez, ellos dos se dirigieron la palabra y a la semana siguiente ya eran inseparables. Jugaban a todo juntos, armaban y desarmaba, pintaban, cortaban, pegaba y hacían todo tipo de bromas junto a sus otros amigos del curso.
En la cuadra de la chica, a solo 5 casas vivía su nuevo mejor amigo, a la vuelta vivían los gemelos terremoto Marcos y Lautaro. A 4 cuadras vivía Carolina, una niña hermosa de ojos verdes que solía estar en su grupo de amigos.
Todos los días después de salir del colegio, se juntaban en alguna casa a toma la leche y ver un rato de televisión, pasada esa función televisiva, alguno proponía un juego y estaban toda la tarde riendo a carcajadas hasta la hora de volver a sus casas.
Ellos eran 5, dos nenas y dos nene. En el aula eran 20 en total, entre los cuales se encontraba en grupo de las "nenas rosa" formado por 7 chicas y un grupo de nenes formado por 4, con los cuales compartían mucho los recreos. El resto eran amigos de todos y siempre estaban dispuestos para colaborar en cualquier juego o hazaña que se trajeran entre manos.
En la primaria aprendieron a compartir, a prestar, a socializar y solidarizarse; a ayudarse mutuamente y lo más importante: aprendieron el valor de la amistad. Aquella cosa inquebrantable que los sostendría el resto de la primaria y quién lo diría que luego de más grandes.
Eran todos muy chicos para prever cambios inoportunos en la vida de cada uno, menos que menos tenían presentes lo que les depararía el futuro, ellos solo se focalizaban en jugar, aprender jugando y divertirse lo máximo posible. Sacarle todo el jugo al día hasta quedar agotados y con la mejor sonrisa dibujada en sus rostros.


Quizás el cambio ocurrió en 6º grado, cuando los padres de Malena se separaron y en el grupo de siempre surgió una leve dispersión, ahora solo Carolina la acompañaba día y noche para aconsejarla y levantarle el ánimo. Los varones solo estaban durante el día escolar y no sabían qué hacer, la miraban sintiéndose presos de un sentimiento ajeno, el cual desconocían completamente. Ella lloraba durante horas del colegio, escondiéndose de miradas furtivas, buscando en su pequeña cabeza una forma de sanar su corazón, su vacío, el cuál Carolina ni nadie, a pesar de sus intentos, era capaz de llenar. En su casa las visitas de la abuela y el abuelo se hacían más frecuentes. Su hermana mayor parecía estar pasando una situación similar a la de ella, por consiguiente, intentó buscar su apoyo. Sabrina, la más grande, siempre intentó protegerla, pero en ese momento la devastación era tan compartida con su pequeña hermana, que no alcanzaban las palabras; el constante apoyo emocional entre ambas creó un vínculo fuerte e inquebrantable, del cual nunca se iban a arrepentir.

Frecuentes llamadas a su padre, las situaba día tras día, en la madrugada a ellas dos, en una escena casi tétrica, pegadas al pecho de su progenitor, aferradas a su camisa, sollozando sin consuelo. Entre respiros entrecortados, la congoja aumentaba. Las lágrimas desbordaban sus caras y se sentían los seres más pequeños que el mundo haya creado. La angustia invadía sus cuerpos y no había palabras que las saquen de ese pozo ciego en el que habían caído luego de un empujoncito emocional. Por más palabras de aliento que sus padres les dieran, ellas no salían de sí. Estaban encerradas en un mundo que desconocían totalmente y nadie parecía encontrar la solución. Noche tras noche, el padre se acercaba a su casa debido a los desesperados llamados de las niñas. El frió helaba la piel de cualquiera que se encontrara en la habitación en ese momento. Su casa solía ser cálida y agradable, ahora, la ausencia dominaba cada rincón, cada espacio vital, cada objeto en particular remontaba una presencia inexistente que tanto añoraban. Con el correr de los meses, ese hueco fue cicatrizando, más bien, fue sepultado en alguna parte de su inconsciente, para dejar una marca particular en la personalidad de cada una. El papá ya no visitaba la casa por la noche, no más llantos desconsolados. Las cosas parecían marcha un poco mejor, aunque esto no quisiera decir que el dolor había sido superado. De ninguna forma, solo que, de a poco la costumbre lleva al ser humano a suspender esa angustia latente que habitaba el pasado, para transformarla, en este caso particular: Malena, en energía. En una niña que dio un salto borroso y creció sin que nadie le haya preguntado, en aquella que vive sonriendo y no se arrepiente de nada de lo vivido.
Con su padre las cosas mejoraron, visitaban su casa frecuentemente y conllevaron una vida un tanto más separados, pero con un hombre en el quién confiar.

11.10.09

Tintes de aquella noche- Soltería Anunciada II


Me perseguían, no estaba segura quién, pero esa sensación me tenía presa de la angustia. Un escalofrío recorría todo mi agitado cuerpo que rápidamente avanzaba por la calle. Me paré en un kiosco a comprar un paquete de cigarrillos. Voltee la cabeza para ambos lados: desolado paisaje. Solo faltaba que se apague la única luz de la calle y que comience a llover para completar el tétrico paisaje en el que me encontraba. Llegué a la puerta de una casa, y toqué timbre. Un hombre alto y con barba candado me hizo pasar, como si lo conociera de toda la vida entré y lo hice sentar en un sillón de cuero negro.
Quité mi abrigo con una sensualidad aparente, debajo de él un baby doll negro, con una cinta de razo que abrasaba mi cintura. Me acerqué a el lentamente y le quité la remera. Su pecho era inmenso. Él me arrancó la vestimenta y yo separé mis piernas para colocarme justo encima de su erección. Un brusco golpe en la puerta me transportó a una cocina. Un hombre me gritaba y yo lloraba a moco tendido ante el tono de voz con el que se dirigía. Sentía una presión en el pecho que me oprimía y no me dejaba respirar. No me animaba a mirarlo a la cara, sabía que eso me iba a destruir por dentro, las palabras se tropezaban antes de salir de mi boca y solo cosquillas producían mis palabras ante la intensidad de aquellas que me reprochaban. Me mantuve en pie solo por inercia, intenté disculparme pero el suelo desapareció, las paredes se enegrecieron y un sonido taladante me dejó sorda.


Sonó el despertador a las 6am. El dolor de cabeza mezclado con la resaca eran un explosivo mortal. El gusto rancio y amargo en mi boca me hizo recordar la adolescencia, donde lo único que importaba era bailar hasta perder la conciencia, descontrolarse y perfilar candidatos para la noche. Como pude entre maldiciones, esquives y puteadas lo apagué para seguir durmiendo –los Domingos no se trabaja- pensé. Al instante recordé por qué me había costado tanto apagarlo, a mi lado recostaba un cuerpo totalmente desnudo y agotado.
Se me produjo un nudo en el estómago de un tamaño considerablemente importante. Corrí al baño levanté la tapa del inodoro y descansé mi cabeza allí, recogiendo mi pelo con la otra mano. Recordé el sueño con miedo, al mirar hacia el cuarto y ver a aquel hombre, me estremecí. Hacía un tiempo, ese sueño no había sido un sueño; sino un error: un boliche y copas de alcohol me hicieron cometer el desastre del que me arrepentiría toda la vida. El sujeto del sueño que me gritaba era Ignacio, el hombre de mi vida. Que si bien en ese momento me había perdonado no supe mantenerlo en mi brazos y le di rienda suelta, a lo que por miedo, debía haberme aferrado.
Sin pensarlo dos veces intenté despertar a la momia que yacía en el lado izquierdo de mi cama. Lo moví un par de veces, sin éxito – ¿cómo mierda se llamaba?- Intenté volteándolo –algo así como Ma, Me, Mol…- pero no reaccionaba, y era más pesado que un caballo. –Ma, me suena ma… ma, Manuel!- Luego de varios intentos, abrió los ojos, y lo primero que dijo fue: -Hola mi amor- Y me besó en la mejilla…- ¿Mi amor? Huy cagué me enganché a un pelotudo!-

-Escuchame yo no quiero ser mala onda, pero no soy tu amor ni nada que se te ocurra, y en este momento necesito que te vayas.


Perplejo por la frialdad de mi comentario, se detuvo a mirarme; de a poco su cara de dormido comenzó a transformase en odio. Mientras se vestía, recordó toda mi familia y sin vergüenza me echó en cara mis mejores cualidades para ser una hija de puta y lo que menos hizo fue prometerme que me llamaría.
No me importaba, ni bien se fue, abrí la heladera y me interné en mi cama para ver televisión y comer helado. El mejor amigo de la depresión y la angustia. No estaba con ánimo para ver a nadie, y mucho menos, para darle explicaciones a ningún tipo de desconocido nacido tras una noche de éxtasis. La soledad era mi mejor amiga ahora, quizás a la noche, me dignaría a llamar a mi terapeuta.

Tintes de delirio- Soltería anunciada


Las persianas de la casa se cerraron. Una sombra atravesó el umbral. Tocó timbre y se introdujo a través de esa puerta de madera que solía estar abierta en el verano que te conocí; cuando bebíamos jugo de naranja sentados en la vereda, tomados de la mano y riendo del paso del tiempo. Allí donde por primera vez nuestros labios se encontraron y floreció un cóctel amoroso que fluía desesperado en el tiempo. Buscando su lugar, un recuerdo al cual aferrarse y una historia a la cual contar.
El espectro vestía un tapado color crema, unas botas caña alta y debajo del sobretodo un negro vestido con pronunciado escote. La invitaste a a pasar ofreciéndole un asiento -se sentó en mi lugar-. Con una desesperante sonrisa de niña dulce, te agradeció la hospitalidad -la odio- Serviste dos copas de vino, y tras comer ensalada y dos míseros bocados de esa exquisita carne que me preparabas para noches especiales; pidió disculpas por interrumpir la velada e indicaciones para ir al baño.
Tardó siete minutos y vos en ese lapso de tiempo, echaste un último vistazo a tu cuarto para no perder detalle. Siempre me sorprendió de una forma alucinante tu capacidad para no dejar la perfección de lado y controlar todo.
La invitada volvió a la mesa y hablaron de cosas con poca relevancia –más que obvio con esa cara de frígida plástica, insulsa planta artificial es imposible mantener una conversación seria- Vos sonreías atónito por su impactante belleza –la odio- y sin pensarlo dos veces la llevaste a cuestas a nuestra cama –perdón… tu cama- con una dulzura que pocos saben agradecer. Le quitaste lo zapatos y las medias mientras la besabas con una habilidad magnífica. Recorriste sus piernas y sus muslos acariciándola; levantaste levemente la vista y la miraste profundamente a los ojos – te amo extraño eso- recorriste su cuerpo con la mirada y acompañaste su silueta con tu mano hasta llegar a la vientre. La besaste en la boca con una irresistible pasión, soltaste su pelo y una fragancia a mujer se desprendió de ella. Resbalaste un bretel de su ajustado vestido, hasta quitarlo por completo, dejando a la vista su sostén de encaje negro perfectamente modelado en su cuerpo. Besaste el cuello lentamente, suave pero intenso; fuiste recorriendo sus hombros con las manos, sus pechos con tu boca. A los pocos minutos tus encantos lograron desnudarla por completo, así estabas vos también, luciendo tu extraordinaria espalda y piernas ante una total desconocida. Tus ojos brillaban –como en nuestra primera vez- No pudiste evitar el vicio y con total habilidad tu boca se perdió en su humedad. Beso tras beso, notaste tus dones para entregar placer; solo con verla bailar sobre sí misma crecían tus deseos por sentirla más cerca. Llegó el momento de cambiar, con último estremecimiento, tu cuerpo encajó a la perfección con el de ella, para hacer el amor un tanto más salvajemente.
Si alguna vez te preguntaste, de lo que resta de mi, solo recuerdo el perfume de tus sábanas, el aroma de tu cuerpo, la suavidad de tus caricias, el aroma de tu pelo, la dulzura de tus besos. Nada grave para preocuparme no?

Anuncio loco

Bueno, a ver...
Esto es simple, voy a hacer un radical cambio en la funcionalidad de este blog. Se va a convertir en un blog de historias y cuentos y fabulaciones. Debido a que mi imaginación llegó adar frutos en algo voy a cambiarle el nombre y desp veré que otros cambios hago.